7 de mayo de 2016

La imperiosa necesidad de un capitalismo nacional

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La estabilidad de todo sistema siempre está supeditada a un equilibrio de fuerzas. Ocurre desde los mecanismos y procesos más simples y de limitada escala, hasta los más complejos, diversificados y universales. La manera en que se distribuyen tareas familiares es, posiblemente, el ejemplo de arreglo institucional cotidiano más conocido y el que, en pocas ocasiones, funciona sin fricciones. Pensemos ahora en esquemas organizacionales de empresas y, en especial, de aquellas que operan en varios países, escalas y segmentos de productos. Como intervienen diversas culturas, husos horarios e idiomas, las descompensaciones pueden provenir hasta de simples fallas de interpretación y generar desbalances temporarios y/o permanentes que, en cuestión de tiempo, podría amenazar los estados de bienestar. Trasladémonos ahora al ámbito de la economía en su conjunto. ¿Dónde surgen con frecuencia incoherencias de fuerzas? En el mercado. ¿Cómo definimos mercado? Como intercambio de cantidades (vendidas y compradas) de bienes y servicios, divisas y créditos, regulado por niveles de precios (precios de bienes, tipos de cambio y tasas de interés), surgidos de valoraciones subjetivas de individuos interesados en obtener beneficios. ¿Cuál es la contribución del mercado a la vida social? Coordina planes (racionales, supuestamente), alineando objetivos y metas que se van moldeando mediante percepciones, estados de ánimo y subjetividades delineadas por información fundada, verificable y utilizable pero, también, por "dimes y diretes" de panelistas, participantes ideologizados e individuos condicionados por abruptas dosis de interés momentáneo.La condición sine quanon de estabilidad de todo sistema económico capitalista reside en que el mercado funcione. Es fundamental, por esta razón, que los niveles de precios (el mecanismo regulador de fuerzas) informen a los participantes sin introducir volatilidad al proceso de toma de decisiones. Por lo tanto, siempre será necesario debatir sobre los beneficios de la intervención del Estado (política económica) y las manipulaciones privadas devenidas de la actividad de monopolios, oligopolios, competencia monopólica y los estropicios en materia tributaria y cambiaria de las familias y empresas. La eventual fortificación de este esquema, legitima y arraiga la manera en que funciona el proceso social de valoraciones. Si este mecanismo endógeno (determinado por el sistema de precios) trabajara adecuadamente, seguramente amortiguaría las tormentas provenientes de otras latitudes. También evitaría que la comunidad pierda su norte e incline desmedidamente la balanza de fuerzas, se le incorpore volatilidad al sistema de precios (en efectos de segunda vuelta) e introduzca inestabilidad a las expectativas. Visto de este modo, su estabilidad es un desafío y, al mismo tiempo, un logro social (no sólo gubernamental) en la medida en que la economía se desarrolla y moderniza, la estructura formal (contratos) se afianza y se alejan las potenciales olas de incumplimientos. Es necesario que gobernantes y privados trabajen de modo mancomunado en esa dirección, especialmente quienes marcan tendencias porque, como señaló el Premio Nobel de economía Edmund Phelps, "una economía moderna está caracterizada por la posibilidad del cambio endógeno: la modernización viene acompañada de una miríada de acuerdos, desde la ampliación del derecho de propiedad hasta el derecho de sociedades y las instituciones financieras. Esto abre la posibilidad de que los individuos se dediquen a actividades novedosas respecto a la financiación, el desarrollo y el marketing de nuevos productos y métodos e innovaciones comerciales (Phelps, 2008)".Si bien este andamiaje es en extremo ideal porque es imposible que sólo el sistema de precios, coordinando adecuadamente, por ejemplo, rescate a una familia de la pobreza sin la ayuda de una política económica activa, la sola búsqueda de ese objetivo tendería a instalar procedimientos relativamente más saludables en el ámbito de las familias y las empresas. De dirigirse "la proa" en esa dirección y conseguirse cierto éxito en algún momento del futuro, seguramente se tendría más herramientas para combatir abruptas devaluaciones, sensibles inflaciones y anunciadas crisis financieras. Si bien nunca se obtendrían soluciones completas para los caídos en momentos anteriores (el verdadero cepo, el de la marginalidad), ni recuperaría las actividades interrumpidas previamente, habría progresos más contundentes y duraderos si, también, la coordinación viniese de la mano del Estado. ¿Qué se necesitaría para empezar a recorrer ese camino? Seguramente ensayar un proceso de mea culpa social y aumentar los compromisos en materia de cultura tributaria y cambiaria, perderle el afecto a la economía no registrada y evitar las "remarcaciones por las dudas" tendientes a la generación de ganancias rápidas. Con una política fiscal prolija y relativamente predecible, en paralelo sería posible estabilizar el valor de la moneda, impulsar el crédito y comenzar a fundar un capitalismo nacional diseñado a partir de una consistencia ahorro / inversión voluntaria e instituciones distanciadas del dominio de las corporaciones y las caras respetadas, siempre "enjuagadas" por los comunicadores comprometidos con las "empresas a las que les interesa el país".Un verdadero capitalismo nacional debe evitar las prácticas rentísticas y cortoplacistasEs imperioso en la Argentina comenzar a fundar "un capitalismo nacional" de largo plazo evitando las culturas rentísticas, elusivas y evasivas de corto plazo porque, más allá de que se exhorte (y hasta se implore) el cambio bajo la forma de un atractivo eslogan, el único camino es el desarrollo. Es posible detectar estas conductas cortoplacistas en la actualidad. El ansia por la ganancia inmediata en esta coyuntura (en contraposición con la creación de ambientes de largo plazo), está exigiendo tasas de interés superiores a 37% para garantizar la estabilidad de las posiciones en pesos (LEBACs, hoy por hoy) y la ausencia de vuelos hacia el área del dólar. Liberar desmedidamente, corregir precios de servicios desalineados y reposar en las bondades de las decisiones voluntarias del mercado global de capitales en este contexto de una arraigada indiferencia social proclive a generar mercados paralelos, siempre impedirá razonar en favor de una necesidad de generar instituciones que trabajen en un diseño liberado de las hordas de los "lobistas profesionales". Acerca de estas fatales impurezas del mercado, en la contratapa del reciente libro de los Premios Nobel de economía George Akerlof y Robert Shiller, se sostiene que "desde Adam Smith, una de las enseñanzas de la economía es que los mercados tienden a encontrar su propio equilibrio //...// (pero) son las manipulaciones emocionales y psicológicas que se utilizan para vender las que moldean las economías y los mercados. Estos engaños perjudican a las personas y están conduciendo a que la gente tenga vidas cada vez más desesperadas, en vez que los mercados procuren el bienestar general (Akerlof y Shiller, 2015)". Suponer que el fomento del ahorro, el restablecimiento de la confianza, la esperanza de que todo ahorro automáticamente se convierta en inversión (actividad y empleo de trabajadores), la seducción de flujos financieros externos y el desplazamiento completo del Estado de la vida económica, sosteniéndose que esta economía requiere ganancias de productividad y competitividad bajo la forma "de baldazos coyunturales" (y que sólo de esa manera se afianzará la estructura), seguramente forma parte de una concepción más de carácter comercial que una medida social tendiente a la fundación de un capitalismo saludable y desarrollado. Si no se aborda seriamente la generación de este mecanismo endógeno, acompañado de cerca por el elemento exógeno (presencia estatal) de acuerdo a lo descripto, siempre se estará a expensas del milagro: subas de precios de commodities, abultadas entradas de capitales y optimismo empresario, entre otros.Las ventajas de la existencia de un capitalismo nacional impedirá, también, comportamientos rentísticos desbordados. En la medida en que se avance en este sentido, se podrá eliminar la inflación estructural y construir un sistema más resistente a los desbalances. Hoy por hoy se necesita este ingrediente, pero se sigue insistiendo que el auxilio provendrá desde el exterior sólo vía la regeneración de reputación y prestigio. En lo más general, urge la necesidad de una profunda generación de consensos tendientes a eliminar conductas superficiales y desestabilizadoras y hábitos acostumbrados a observar sólo lo que hacen los demás. Soslayando el armado de estas convenciones estridentes, denominados por el economista inglés JM Keynes como "el desfile de modas" social (la convalidación de irrisorios argumentos sólo suponiendo lo que harán los demás, escenario típico de la especulación financiera), cada vez más se lograría combatir la cruda condición humana íntimamente asociada a que "cualquiera como individuo es aceptablemente sensible y razonable; como parte de la multitud, de inmediato se convierte en un estúpido" (sentencia de Friedrich Von Schiller, celebrada por el asesor de Presidentes Bernard Baruch y citada por Robert Galbraith en su análisis sobre especulación y crisis financieras, 1990). En ese proceso, como señalan Akerlof y Shiller, no se debería olvidar que los economistas tienen el deber social de advertir sobre "la hoja de doble filo" que es el mercado despojado de toda supervisión de un Estado rector.

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